sábado, 15 de septiembre de 2012

Crónicas de un alumno y su maestro



Cada experiencia es personal, única, irrepetible e intransferible. Lo que experimentamos en nuestras vidas como consecuencia de nuestra interacción con el mundo, por suerte o por desgracia es imposible describirlo en palabras. Aún así, es importante compartir nuestras vivencias para aportar elementos a quienes nos rodean y ayudarles a evitar costosos errores en los que ya caímos antes, o a transitar por momentos de satisfacción. Hoy quiero emplear este espacio para compartir mi experiencia de aprendizaje con el Sifu Adolfo Tijero quien se dedica en la europea Estocolmo a la enseñanza del estilo Choy sin fines de lucro. Mi contacto con el Sifu se inició en el año 2000 por pura casualidad, una amiga hizo una búsqueda para mí en la que encontró la modesta página web con que en esos momentos contaba el club de Choy Gar de Estocolmo. Enseguida escribí un correo en inglés identificándome ante el maestro y contándole sobre la práctica del estilo Choy en Cuba y de mi interés en aprender bajo su guía. Cual no sería mi sorpresa cuando al cabo de unos días recibí respuesta, en un castellano empolvado por el desuso pero cargado de afecto y simpatía, lo que constituyó un gran alivio para mí, ya que desgraciadamente en el mundo de las artes marciales, como en otras esferas de la vida, la comercialización establece barreras infranqueables para quienes (como yo) no contamos con los recursos para pagar por los conocimientos. Así se estableció un contacto que fluyó regularmente por alrededor de un año, en el cual yo fui informando al Sifu de mis conocimientos sobre el estilo y él me contaba de sus años de aprendizaje en Lima, y de sus experiencias como maestro en Estocolmo. Con el tiempo, el castellano del Sifu se fue desempolvando y un día me propuso que organizáramos un proyecto de intercambio para traer jóvenes suecos a Cuba y llevar jóvenes cubanos a Suecia. Por aquellos años yo era estudiante de segundo año de la carrera de licenciatura en Economía y casi pierdo mis estudios pues me enfrasqué con una inmensa pasión en organizar los pormenores del intercambio. En marzo de 2002 llegan a Cuba en su primera visita de una semana, el Sifu Adolfo y el hermano Micke Bohl quien se encargaba de la parte organizativa del proyecto. Con gran emoción fui a recibirlos en el aeropuerto de La Habana, a más de 100km de mi ciudad natal. Es imposible describir la alegría, los primeros abrazos; parecía como si nos conociéramos de toda la vida. Había pasado algo más de un año, desde aquel primer mensaje que aún conservo impreso a salvo de las polillas. En esa ocasión el Sifu pasó una semana en Cuba, coincidiendo con el día de su cumpleaños. Fueron días difíciles, pero los pasamos unidos. Fue el inicio de una fuerte amistad. Ahí aprendí que al Sifu no le importaba dormir en mi casa sin aire acondicionado, ni comodidades, ni lujos. Ahí aprendí que el Sifu venía a compartir nuestras estrecheces. A partir de entonces tanto mi familia como yo lo hemos considerado como un familiar cercano. Al cabo de unos meses, cumpliendo con el cronograma del proyecto, regresó el Sifu con 20 jóvenes pertenecientes al club de Estocolmo. La experiencia fue única. No importaron las condiciones de vida, muy distantes de los estándares suecos, ni los problemas de transportación, ni muchas otras dificultades. Los jóvenes suecos se unieron a nosotros y compartimos 15 días de hermandad, aprendiendo los unos de los otros, y dejando después una profunda huella de nostalgia que aún me emociona cuando escribo estas líneas a 6 años de distancia. De ahí nacieron largas amistades, y hasta algún que otro romance. El Sifu volvió a Suecia con sus alumnos, albergando la esperanza de que nos viéramos en unos meses y ellos nos devolverían nuestra hospitalidad en su ciudad de Estocolmo. Recuerdo lágrimas en el aeropuerto, abrazos, intercambio de emails, se respiraba el dolor de la separación. La familia del Choy, brevemente reunida por 15 días, debía una vez más separarse con todo el Atlántico de por medio. Lamentablemente, y a pesar de los esfuerzos de ambas partes, nuestro viaje a Suecia no pudo ser. La frustración fue inmensa, pero seguimos adelante, el Sifu y yo manteníamos contacto casi diario por medio del email. Durante sus dos visitas había logrado aprender con él las primeras formas del estilo, y lo más importante, me había adentrado en el sencillo y profundo mundo de sus enseñanzas como maestro. Nunca faltaron frases en los momentos oportunos como: “la amistad que no soporta la verdad no es verdadera”, solo había que estar presto a escuchar. Pasaron los años, y la relación, ya profunda, se fue fortaleciendo aún más, en momentos difíciles, una palabra del maestro fue como la de un amigo. En el año 2005, volvió el Sifu a pisar tierra cubana, en una situación complicada de su vida, decidió venir a visitarnos y compartir con nosotros 15 días de entrenamientos, pero también de baños de playa, de charlas hasta altas horas de la noche. Siempre hemos sido un pequeño grupo los hermanos del Choy, pero muy unidos.La última visita del Sifu fue una oportunidad para medir cuanto habíamos avanzado, cuanto habíamos madurado, y cuánto más podíamos hacer. Siempre nos ha motivado su afecto paternal, su sencillez, y la facilidad con la que se mezcla e intercambia con nosotros. Sinceramente, y sin que ningún practicante se sienta ofendido, dudo que alguien más tenga un maestro como el nuestro. Los hermanos practicantes de Choy Li Fat que tuvieron la oportunidad de conocerlo, en cada conversación siempre nos hablan de la gran calidad humana del Sifu Adolfo y de su dominio técnico. Para mí, en lo personal, ha resultado un segundo padre, y para mi familia un pariente muy cercano, de esos de los que siempre hablamos con cariño y siempre deseamos que nos visiten. Al Sifu Adolfo quiero darle las gracias con este pequeño artículo. Las gracias por su paciencia, por no haberse cansado a pesar de todas las dificultades, de seguir junto a nosotros como la gran familia que es el Choy.
Una vez Choy, siempre Choy