Cada experiencia es personal, única, irrepetible e intransferible.
Lo que experimentamos en nuestras vidas como consecuencia de nuestra
interacción con el mundo, por suerte o por desgracia es imposible describirlo
en palabras. Aún así, es importante compartir nuestras vivencias para aportar
elementos a quienes nos rodean y ayudarles a evitar costosos errores en los que
ya caímos antes, o a transitar por momentos de satisfacción. Hoy quiero emplear
este espacio para compartir mi experiencia de aprendizaje con el Sifu Adolfo
Tijero quien se dedica en la europea Estocolmo a la enseñanza del estilo Choy
sin fines de lucro. Mi contacto con el Sifu se inició en el año 2000 por pura
casualidad, una amiga hizo una búsqueda para mí en la que encontró la modesta
página web con que en esos momentos contaba el club de Choy Gar de Estocolmo. Enseguida
escribí un correo en inglés identificándome ante el maestro y contándole sobre
la práctica del estilo Choy en Cuba y de mi interés en aprender bajo su guía. Cual
no sería mi sorpresa cuando al cabo de unos días recibí respuesta, en un
castellano empolvado por el desuso pero cargado de afecto y simpatía, lo que
constituyó un gran alivio para mí, ya que desgraciadamente en el mundo de las
artes marciales, como en otras esferas de la vida, la comercialización
establece barreras infranqueables para quienes (como yo) no contamos con los
recursos para pagar por los conocimientos. Así se estableció un contacto que
fluyó regularmente por alrededor de un año, en el cual yo fui informando al
Sifu de mis conocimientos sobre el estilo y él me contaba de sus años de
aprendizaje en Lima, y de sus experiencias como maestro en Estocolmo. Con el
tiempo, el castellano del Sifu se fue desempolvando y un día me propuso que
organizáramos un proyecto de intercambio para traer jóvenes suecos a Cuba y
llevar jóvenes cubanos a Suecia. Por aquellos años yo era estudiante de segundo
año de la carrera de licenciatura en Economía y casi pierdo mis estudios pues
me enfrasqué con una inmensa pasión en organizar los pormenores del intercambio.
En marzo de 2002 llegan a Cuba en su primera visita de una semana, el Sifu
Adolfo y el hermano Micke Bohl quien se encargaba de la parte organizativa del
proyecto. Con gran emoción fui a recibirlos en el aeropuerto de La Habana, a
más de 100km de mi ciudad natal. Es imposible describir la alegría, los
primeros abrazos; parecía como si nos conociéramos de toda la vida. Había
pasado algo más de un año, desde aquel primer mensaje que aún conservo impreso
a salvo de las polillas. En esa ocasión el Sifu pasó una semana en Cuba,
coincidiendo con el día de su cumpleaños. Fueron días difíciles, pero los
pasamos unidos. Fue el inicio de una fuerte amistad. Ahí aprendí que al Sifu no
le importaba dormir en mi casa sin aire acondicionado, ni comodidades, ni
lujos. Ahí aprendí que el Sifu venía a compartir nuestras estrecheces. A partir
de entonces tanto mi familia como yo lo hemos considerado como un familiar
cercano. Al cabo de unos meses, cumpliendo con el cronograma del proyecto,
regresó el Sifu con 20 jóvenes pertenecientes al club de Estocolmo. La
experiencia fue única. No importaron las condiciones de vida, muy distantes de
los estándares suecos, ni los problemas de transportación, ni muchas otras
dificultades. Los jóvenes suecos se unieron a nosotros y compartimos 15 días de
hermandad, aprendiendo los unos de los otros, y dejando después una profunda
huella de nostalgia que aún me emociona cuando escribo estas líneas a 6 años de
distancia. De ahí nacieron largas amistades, y hasta algún que otro romance. El
Sifu volvió a Suecia con sus alumnos, albergando la esperanza de que nos
viéramos en unos meses y ellos nos devolverían nuestra hospitalidad en su
ciudad de Estocolmo. Recuerdo lágrimas en el aeropuerto, abrazos, intercambio
de emails, se respiraba el dolor de la separación. La familia del Choy,
brevemente reunida por 15 días, debía una vez más separarse con todo el
Atlántico de por medio. Lamentablemente, y a pesar de los esfuerzos de ambas
partes, nuestro viaje a Suecia no pudo ser. La frustración fue inmensa, pero
seguimos adelante, el Sifu y yo manteníamos contacto casi diario por medio del
email. Durante sus dos visitas había logrado aprender con él las primeras
formas del estilo, y lo más importante, me había adentrado en el sencillo y
profundo mundo de sus enseñanzas como maestro. Nunca faltaron frases en los
momentos oportunos como: “la amistad que no soporta la verdad no es verdadera”,
solo había que estar presto a escuchar. Pasaron los años, y la relación, ya
profunda, se fue fortaleciendo aún más, en momentos difíciles, una palabra del
maestro fue como la de un amigo. En el año 2005, volvió el Sifu a pisar tierra
cubana, en una situación complicada de su vida, decidió venir a visitarnos y
compartir con nosotros 15 días de entrenamientos, pero también de baños de
playa, de charlas hasta altas horas de la noche. Siempre hemos sido un pequeño
grupo los hermanos del Choy, pero muy unidos.La última visita del Sifu fue una
oportunidad para medir cuanto habíamos avanzado, cuanto habíamos madurado, y
cuánto más podíamos hacer. Siempre nos ha motivado su afecto paternal, su
sencillez, y la facilidad con la que se mezcla e intercambia con nosotros.
Sinceramente, y sin que ningún practicante se sienta ofendido, dudo que alguien
más tenga un maestro como el nuestro. Los hermanos practicantes de Choy Li Fat
que tuvieron la oportunidad de conocerlo, en cada conversación siempre nos
hablan de la gran calidad humana del Sifu Adolfo y de su dominio técnico. Para
mí, en lo personal, ha resultado un segundo padre, y para mi familia un
pariente muy cercano, de esos de los que siempre hablamos con cariño y siempre
deseamos que nos visiten. Al Sifu Adolfo quiero darle las gracias con este
pequeño artículo. Las gracias por su paciencia, por no haberse cansado a pesar
de todas las dificultades, de seguir junto a nosotros como la gran familia que
es el Choy.
Una vez Choy, siempre Choy